miércoles, 11 de septiembre de 2013

Septiembre se llama Allende


El presidente Salvador Allende Gossens (1908-1973) dejó a la Izquierda chilena una lección de consecuencia y valor personal que no se debe olvidar. Constituye un capital moral y político precioso para levantar en Chile una Izquierda socialista y democrática que se proponga construir una sociedad basada en la participación ciudadana, la justicia social y la integración con los pueblos de América Latina. 

Allende, derrocado y empujado al suicidio hace 40 años, fue el más destacado político latinoamericano de su generación. Al contrario de lo que ocurrió con el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979), el portorriqueño Luis Muñoz Marín (1898-1980), el costarricense José Figueres (1906-1990) o el venezolano Rómulo Betancourt (1908-1981), todos ellos protagonistas de experiencias socialdemócratas en el mismo periodo, Salvador Allende no abandonó jamás su posición antiimperialista y su lealtad a los objetivos democráticos del socialismo, que abrazó en su juventud. 

No solo en el momento del sacrificio de su vida en La Moneda, Allende dio testimonio de su apego a los principios éticos que diferencian al revolucionario de los políticos de circunstancias. En numerosas situaciones de su trayectoria dio muestras de una recia moral que le llevaba a jugarse entero por sus convicciones, desdeñando el cálculo del mayor beneficio que suele condicionar la actuación política. 

En ese sentido lo retrata de cuerpo entero su temprana adhesión y solidaridad con la Revolución Cubana. Pocos días después del triunfo de la revolución, en enero de 1959, Allende llegó a La Habana y conoció a Fidel y Raúl Castro, al Che Guevara y demás líderes de la primera revolución socialista en América Latina. 

Salvador Allende -cuyo latinoamericanismo fue siempre su horizonte político- viajó varias veces a la isla y se ganó el respeto y amistad de los jóvenes dirigentes cubanos. Con razón el Che Guevara le escribió una dedicatoria en su libro Guerra de guerrillas: “A Salvador Allende que por otros medios busca lo mismo. Afectuosamente, Che”. 

En 1964 Allende -por tercera vez- fue candidato presidencial. Esta vez los EE.UU. financiaron, asesoraron y consiguieron imponer la candidatura del demócrata cristiano Eduardo Frei Montalva. Una impresionante campaña del terror que utilizó todos los medios de comunicación, logró frustrar la victoria del candidato socialista. Eran los tiempos de las reformas auspiciadas por Washington mediante la Alianza para el Progreso a fin de contrarrestar la influencia de la Revolución Cubana. En Chile esa estrategia se basaba en la “revolución en libertad” de Frei y la DC. Pero Allende no debilitó su discurso ni acomodó su perfil político a las condiciones que imponían la oligarquía y el imperio. En enero de 1966 participó en la Tricontinental que reunió en La Habana a más de 600 delegados de partidos y movimientos antiimperialistas de Africa, Asia y América Latina. Allende propuso avanzar hacia la creación de un organismo que coordinara las luchas de liberación. Este fue el origen de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) que se constituyó en La Habana en agosto de 1967, también con participación de Allende. Entretanto, en abril de ese año, se divulgó la carta del comandante Guevara que llamaba a crear “dos, tres, muchos Vietnam”. 

El impulso de la lucha revolucionaria, sin embargo, se vio truncado por la muerte del Che en Bolivia en octubre de 1967. En febrero del año siguiente, tres cubanos y dos bolivianos, sobrevivientes de la guerrilla del Che, entraron a territorio chileno. Allende, que era presidente del Senado y se aprestaba a iniciar su cuarta campaña presidencial, no dudó en solidarizar con los compañeros de lucha del Che. Intercedió por ellos ante el gobierno de Frei y los acompañó en el vuelo hasta Tahiti en su regreso a Cuba, todo esto en medio del escándalo de la prensa reaccionaria y de las protestas de la derecha política. 

El 4 de septiembre de 1970 Allende ganó por estrecho margen la elección presidencial: 36,3% contra 34,9% del empresario liberal Jorge Alessandri -que había sido presidente en el periodo 1958-64-, y 27,9% del demócrata cristiano Radomiro Tomic, que planteaba un “socialismo comunitario” para Chile. Ese resultado obligaba a definir en el Congreso quién sería el presidente entre las dos primeras mayorías. La tradición era elegir al candidato con más votos. Pero la proclamación de Allende no estaba asegurada. La conspiración comenzó. 

El empresario Agustín Edwards, propietario de la cadena de diarios El Mercurio, se trasladó a Washington y obtuvo la promesa del presidente Richard Nixon de emplear todos los recursos para impedir la proclamación de Allende o “hacer chillar la economía” chilena si era investido presidente. En ese marco se produjo en octubre de 1970 el asesinato del general René Schneider, comandante en jefe del ejército. 

El atentado fue cometido por un comando de extrema derecha que utilizó armas proporcionadas por la CIA. Schneider se había pronunciado por el respeto a la Constitución y por mantener al ejército fuera del escenario político. La derecha y el gobierno norteamericano se coludieron, asimismo, en una maniobra para elegir a Alessandri en el Congreso. Luego este renunciaría y Frei sería candidato de la derecha y la DC. 

La maniobra fracasó pero la DC consiguió imponer un “estatuto de garantías democráticas” en el Congreso, que limitaba los movimientos del gobierno de la Unidad Popular. Aún así -y con absoluto respeto a la Constitución-, el gobierno del presidente Allende realizó muchas de las reformas que Chile necesitaba, orientando su gobierno en ruta al socialismo. Su primer Mensaje al Congreso Nacional, en mayo de 1971, explicita los objetivos que planteaba el “socialismo a la chilena”. 

El 15 de julio de ese año se concretó la histórica ley de nacionalización del cobre, aprobada por unanimidad en el Parlamento. La reforma agraria, la nacionalización de la banca y una vigorosa política social, marcaron el carácter del gobierno popular y democrático. En las elecciones municipales de 1971, el respaldo a la Unidad Popular aumentó al 49,73%. Sin embargo, los grupos de derecha -el fascista Frente Nacionalista Patria y Libertad y el Comando Rolando Matus del Partido Nacional-, asesorados por oficiales de las FF.AA., desataron la violencia mediante sabotajes y atentados. Una de las víctimas fue el comandante Arturo Araya, edecán naval del presidente, asesinado por el comando Rolando Matus y cuyos autores serían indultados por la dictadura militar. 

Al terrorismo se sumaron el desabastecimiento, el paro de los camioneros, la huelga de los obreros de El Teniente, el boicot norteamericano a las exportaciones de cobre, la asfixia crediticia, etc., que agudizaron las tensiones políticas y sociales. La DC se alió con el Partido Nacional en la Confederación de la Democracia (CODE). Mediante su mayoría parlamentaria destituyeron ministros e intendentes y acusaron al gobierno de transgredir la Constitución y las leyes. 

El esfuerzo reaccionario se orientó a obtener en las elecciones parlamentarias de marzo de 1973 los dos tercios que le permitirían destituir al presidente. Pero si bien la CODE consiguió mayoría (54,78% contra 43,85% de la Unidad Popular), no alcanzó lo necesario para sus propósitos. Eso dejó vía libre al plan golpista. El 29 de junio de 1973 se rebeló el Regimiento Blindado Nº 2, causando más de veinte víctimas. La conspiración se orientó a conseguir la renuncia del constitucionalista general Carlos Prats a la comandancia del ejército. Una vez logrado ese objetivo la traición de los generales y almirantes -alentados por la oligarquía y el imperialismo- se precipitó. 

El golpe impidió el último gesto de convicción democrática del presidente Allende que se proponía anunciar el mismo 11 de septiembre un plebiscito para que el pueblo decidiera la continuación de su gobierno o llamar a nuevas elecciones. 

Allende nunca desmayó en el cumplimiento de su deber como presidente de la República ni ocultó sus convicciones de luchador social. No eludió responsabilidades ni se sometió a la fuerza bruta. Sus últimas horas en La Moneda asediada por el ejército y bombardeada por la aviación, dan cuenta de un comportamiento heroico que hace aún más vergonzante la miseria moral de los militares y civiles traidores. Allende cumplió la promesa de entregar su vida si era necesario para retribuir la lealtad del pueblo. 

A los luchadores sociales y políticos de hoy corresponde hacer honor a la memoria de Salvador Allende y de todos los chilenos y chilenas caídos en los 17 años de dictadura militar-empresarial. Solo una Constitución democrática, producto de una Asamblea Constituyente plebiscitada por el pueblo, permitirá retomar el camino de liberación que interrumpió La Moneda en llamas. 

*Editorial de “Punto Final”, edición Nº 789, 6 de septiembre, 2013

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